No hace muchos días tenía una interesante conversación acerca del uso que damos a las redes sociales, especialmente Facebook o Instagram. Charlábamos acerca de la actitud generalizada de utilizar estas redes fundamentalmente para poner las cosas buenas o bonitas que nos suceden, mostrando una imagen utópica de nosotros mismos, más que una imagen real de lo que es nuestra vida.
Tengo claro que para muchas personas el uso de estas redes sociales se convierte en un escaparate de cómo les gustaría que fuera su vida más que una imagen real de la misma e incluso puedo aventurar que alguna lo utiliza para dar cierta envidia a sus «amigos» o «seguidores»:
- viajes fantásticos, sin explicar la pérdida de maletas o lo nefasto de la comida del hotel
- cenas maravillosas, obviando la presencia inoportuna del amigo al que no tragamos y que nos amarga la noche o el mal servicio del restaurante en cuestión
- compartimos maravillosos vestidos, zapatos, coches sabiendo que difícilmente tenemos acceso a ellos
- parecemos cultos poniendo maravillosas obras de arte o libros que jamás hemos leído
- fotografiamos nuestras creaciones culinarias, dejando de lado el estropicio que montamos en la cocina